“CAMINO DE ESPERANZA”


Esa mujer, envuelta en negra nube de amargura, esa madre con el corazón traspasado  y el alma transida de dolor, con el pecho acongojado, abraza a su Hijo muerto, y con un   callado y tierno “adios” lo despide dejándolo en el sepulcro excavado en la roca bañada con  su sangre.    Toda esa tragedia, todo ese dolor y llanto, toda esa ternura de madre acongojada, es lo que transformado en belleza incomparable, a la luz mortecina del crepúsculo de la tarde del  Sábado Santo aparece en el umbral de las puertas del templo.
           
Bajo su Palio de oro y esperanza, tras los cirios que llorando su luz alumbran su pena, entre un clamor de rosas blancas, aparece ELLA, la SEÑORA DE LA SOLEDAD Y ESPERANZA.
           
Atrás ha quedado el Calvario, la Pasión de Cristo ha terminado, y su Cruz, ya vacía, deja paso al dolor, a la amargura y a la soledad de una madre, que ahora sobre los hombros de sus fervientes costaleros, inicia entre aplausos su Camino de Esperanza.
         
Las oraciones, las alabanzas y los piropos acompañarán a las melodías que irá desgranando su Banda, mientras Ella va avanzando lentamente, con dulzura, derrochando elegancia, luciendo su pena, dejando correr sus lágrimas de soledad, semillas de esperanza que va sembrando al pasar.
           
La multitud contempla admirada su Paso y de entre ella surge inesperadamente una voz: “Capataz, párala, que quiero decirle algo”. El capataz atiende su petición, y en medio del silencio, brota de una garganta desgarrada esta inusitada oración: “Aunque el dolor te va ahogando y es muy grande tu pesar, sonríe de cuando en cuando, que no quiero, Soledad, que nadie te vea llorando”; y su voz se quiebra por la emoción, y calla, y llora y reza, y la Virgen sonríe tras sus lágrimas, sintiendo que ya no está tan sola.
          
Tras varias horas de recorrido, acogiendo oraciones, cosechando piropos, derramando esperanzas y consuelos, se acerca el final y el negro de la soledad se va diluyendo a la vez que brilla con más fuerza el verde de la esperanza, y el mar de corazones en que se ha transformado la plaza se convulsiona con olas de emoción cuando aparece la SEÑORA , ya de regreso.- Entra con majestad, mimosamente mecida por sus costaleros, muy despacio, como no queriendo llegar a la despedida. Y los aplausos crecen cada vez que su Trono avanza unos metros al ritmo que marca su Banda, y la emoción aumenta, y los piropos se repiten una y otra vez , y a las exclamaciones de !guapa¡ ¡guapa¡ la Virgen se va adentrando.



Cuando a lo lejos se oyen las campanas que repican a “gloria”, la “soledad” arde en bengalas que arrojan fuego y luz de Resurrección, y la “esperanza” se transforma en alegría  resucitada y resucitadora, y el aire se inunda del “SON DE CAMPANILLEROS”,  el paso de los costaleros ya es un “baile”con el que rítmicamente mecen a su Reina; y se recrudecen los aplausos, y brotan las lágrimas cuando la Virgen desaparece y vuelve a aparecer entre las nubes de humo y de luz, cada vez más guapa y más radiante.
          
En medio de esta apoteosis de luz y oraciones, de alabanzas y alegría, LA SEÑORA entra en su templo, y a nosotros nos queda, junto a la tristeza por la despedida, en el alma una emoción, en los labios una oración de alabanza, y en las manos una rosa de la Virgen en cuyos pétalos, brilla, como gota de rocío, una lágrima de esperanza que nos adentra en una nueva vida marcada por la Pascua.

Francisco Antonio Amores Poyato